El arte como pretexto.
Intersticio 2 Oleo sobre panel |
Dicen, los entendidos en
el tema, que el lugar donde nacen los pintores no suele decir gran
cosa de su obra artística, no se puede decir lo mismo de Sergio
Calderón...
El pintor sale a la
calle, armado con un cuaderno de notas que lo mismo sirve para hacer
apuntes o bocetos rápidos que para escribir sus inquietudes; y un
portaminas viejo y desgastado del que jamás se separa, último
vestigio de otros tiempos, aquellos en donde la vida no era tan
complicada ni el mundo tan inmenso e intimidarte. Sale a las calles
de una ciudad llena de contrastes, una ciudad que se puede odiar a
muerte pero sin perder un ápice del amor que se le profesa, una
ciudad llena de un ruido estridente y cacofónico bajo el cual se
oculta el silencio sepulcral de los transeúntes, tan sumidos en su
andar y su prisa que apenas notan que basta solo una mirada hacia
cualquier dirección para darse cuenta de que no están solos, pero
eso no tiene relevancia, los andantes tienen prisa, no tienen tiempo
que perder.
Calderón los observa,
mira sus rostros, analiza sus miradas, las trata de comprender, de ir
más allá de lo obvio, busca alguna hendidura que pueda haber por
entre los recovecos de la tupida mascara que suele moldear la
cotidianidad alrededor de nosotros, busca una duda, una inquietud,
una pregunta, busca aquello que no se encuentre en el paisaje, que
haga falta y que, con ello, en su ausencia y necesidad, nos haga más
humanos. “cercanos pero solitarios” murmura entre dientes antes
de tomar su libreta para hacer anotaciones y seguir su camino, bebe
un café al aire libre, siempre al aire libre, viaja en el Metro de
la ciudad, se maravilla de la enorme colección de personajes y
vivencias que alberga, observa, guarda silencio, hace más
anotaciones. No hay prisa, el pintor tiene tiempo para perder.
De vuelta en su taller,
Calderón se encuentra con un silencio y una intimidad que contrastan
brutalmente con el caos en el que se suelen mover sus musas. En medio
de frascos de contenidos multicolor y botellas de apariencia extraña,
de pinceles, tubos de pintura desgastados y un enorme caballete que
corona la escena, Calderón encuentra la tranquilidad necesaria para
crear. Con paciencia toma sus notas y las analiza, busca
congruencia, con la experiencia que le han dado los años sabe
encontrar una nueva pintura ahí donde solo hay borrones, líneas
amorfas y palabras en apariencia ilegibles, con paciencia toma su
viejo portaminas y dibuja con meticulosidad sobre una nueva hoja,
trata de verter en ella todas las ideas e inquietudes nacidas en su
afán de ser espectador, no suele ser una tarea fácil, debe ser la
imagen exacta, la correcta, aquella que exprese exactamente su
sentir, a menudo cuando cree haber dado con ella vuelve a
contemplarla tiempo después para darse cuenta que aún no es lo que
espera e invariablemente vuelve a comenzar todo el proceso.
Satisfecho por fin, boceto en mano, Calderón está listo para
enfrentarse al reto del lienzo en blanco, de hacer posible que todo
tome su lugar, siempre le ha parecido un proceso mágico, aquí y
allá, en un orden establecido, pinturas, pinceles, solventes,
aceites y demás herramientas rodean una tela llena de infinitas
posibilidades, pareciera que ninguno de aquellos elementos tuviera
relación entre sí hasta que la mano del pintor los amalgama en algo
nuevo, crea armonía a partir del caos.
A menudo le han
preguntado porqué pinta mujeres, las explicaciones que ha dado son
muchas y muy variadas, pero la razón principal es que para Calderón
la mujer es un ser místico, complejo, capaz de englobar todo el
espectro de emociones sin perder en ningún momento su naturaleza de
mujer. Durante su niñez y adolescencia, Calderón solía ser una
persona muy tímida, tan acostumbrado como estaba a la introspección,
la mujer era para él poco más que un monstruo mitológico al que no
podía acceder. Con el tiempo fue aprendiendo a acercarse a ella, y
mientras más lo hacía más maravillado quedaba, y tanto impacto
tuvo en él, que decidió hacerla portavoz de sus mensajes,
protagonista de su obra “Y sigo maravillandome” declara mientras
traza con determinación los primeros trazos que ya dejan entrever
una silueta femenina apoderándose del espacio en blanco.
El dibujo es sumamente
importante, es la base sobre la que se construirá toda la obra, y
sin embargo al pintor esto parece no importarle, no traza con la
meticulosidad con la que hace el boceto, hace solo líneas sueltas
aquí y allá, sugiere las formas y marca los puntos de referencia, no
hay tiempo ya para los detalles innecesarios, la necesidad de crear
apremia, ya habrá otro momento para las sutilezas. Sergio Calderón
pinta en dos etapas, la primera comienza apenas se siente satisfecho
con el trazo, no se toma un momento de respiro para contemplar la
obra, una vez delimitados los espacios ataca la tela con machones de
pintura en apariencia arbitrarios, lo hace con soltura, como poseído,
aquí y allá deja caer el color en sucesivas capas de ritmos a veces
discordantes, no necesita ver el boceto ni referencia alguna en esta
etapa del trabajo, da la impresión de que aquello no tiene ningún
tipo de congruencia, sin embargo, conforme avanza, cada elemento va
tomando su lugar, poco a poco los colores y las texturas se combinan
en una composición que amalgama forma y figura, y es solo hasta
entonces que Calderón se detiene y observa, quizá agregue un poco
más de color aquí y allá, pero solo es el remanente de un éxtasis
pictórico que culmina con la primer etapa de su trabajo. Luego de
esto, como si fuese una persona diferente, Calderón prepara sus
pinceles más finos y comienza una segunda etapa que es la antítesis
de la anterior, suele sentarse frente al cuadro y pasar horas enteras
moldeando las figuras de sus cuadros, una tela, un ojo, una mano; con
frecuencia trabaja todo el día en un solo detalle, se aleja para ver
un poco mejor lo que hace, se acerca nuevamente y trabaja con
meticulosidad detalles apenas perceptibles. Afirma que, como muchos
autores, jamás considera que un cuadro esté del todo terminado,
“los cuadros tienen vida propia -dice mientras deja el pincel para
dar un trago de café- hay algunos que sin importar el trabajo que
les dediques siguen viéndose exactamente igual, esto es seña
inequívoca de que debes dejarlos tal y como están” al final admite
que la firma al calce no es mas que una forma de obligarse a si mismo
a pasar al siguiente cuadro, una suerte de beso de despedida.
La obra de Sergio
Calderón intenta ser una especie de mina anti personal para las
masas, para aquellas personas que son obligadas por las
circunstancias a olvidarse de sus necesidades espirituales y a
enfocarse en lo inmediato, en lo estrictamente necesario. Trata de
hacer esto de forma brutal, contundente, pero al mismo tiempo busca
la armonía en las imágenes, busca fusionar la belleza de las formas
con la intensidad de los mensajes, no quiere con esto ser
aleccionador, más bien pretende ser claro en el lenguaje de cara al
espectador, obligarlo a la introspección, a la reflexión, crear una
duda, una pregunta que, por pequeña que sea le haga detenerse un
momento, un solo instante en el que tal vez pueda verse reflejado en
lo que observa, que probablemente comprenda lo que pudo ver un pintor
mientras vagaba por las calles de la ciudad en busca de preguntas que
no se podía responder, y quizá para las que el espectador mismo
tenga respuesta, Calderó busca en el arte una excusa para hacer ver
que en el fondo la prisa solo es una palabra y, siempre,
invariablemente, podemos encontrar tiempo para perder.
Alma Desdoblada Mixta sobre cartón |
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