De artes y mecánica automotríz.

El artista nace o se hace? Esta es una pregunta recurrente en las charlas de café entre los miembros del gremio artístico, una pregunta en principio trivial que suele desembocar en una acalorada discusión entre aquellos que piensan en el artista como un ser trascendental, ajeno al universo mundano y los que defienden, a golpe de discursos interminables, los muchos años de preparación académica que los colocarían por encima de todo conocimiento autodidacta. Siempre he intentado mantenerme al margen de estas discusiones, pero invariablemente, por mucho que me escude tras el velo de un silencio absoluto, la pregunta es inminente y, mi respuesta, para sorpresa de mis interlocutores, no proviene del mundo de las artes...
Provengo de una familia con una arraigada tradición en la mecánica automotríz, mi abuelo la ejercía con destreza, mi padre siguió sus pasos, y yo, tan renegado de las tradiciones familiares como soy, decidí pasar de largo en lo tocante a motores y dejar el honor a mi hermano para dedicarme de tiempo completo a ser ignorante en la materia. Siempre he mirado con mucho respeto y orgullo a mi padre al ejercer su oficio, a pesar de ser prácticamente autodidacta en ello, basta escucharlo por no más de cinco minutos para darse cuenta de lo mucho que le apasiona, para percibir todo lo que sabe del tema, para hacerse una idea de todo lo que le ha costado asimilar la totalidad de sus bastos conocimientos. Suele estar siempre al día con las nuevas tecnologías, algo necesario en su rubro, pero además lo hace con el placer que sólo se puede encontrar en aquellos que aman lo que hacen. He sido testigo, en más de una ocasión, de conversaciones telefónicas en las que habla con otros miembros del gremio que lo consultan con problemas dificiles y él, sin inmutarse, sin titubear, concede la respuesta a su interlocutor sin necesidad de hacer un diagnóstico en persona y, hasta donde sé, jamás ha sido necesario, nunca se ha equivocado.
Es, sin dudas, una persona digna de admiración en su medio, alguien que ha aprendido de la experiencia, que se ha curtido a base de trabajo y práctica, que suele devorar conocimientos nuevos con la emoción de un niño pequeño y que, sin embargo, a pesar de todo esto, jamás se ha acercado a mi vera para tomarme del hombro y decirme con el registro más serio que su voz pueda alcanzar: “Hijo mío, el mecánico automotríz nace, no se hace”
Rebelde como suelo ser de las normas, dando la espalda a la tradición familiar, he dedicado prácticamente toda mi vida al quehacer artístico. Dibujo desde muy temprana edad y pinto desde hace ya algunos lustros y, sin embargo, si algo he heredado de mi padre es la idea clara y contundente de que siempre habrá algo nuevo por aprender, sin importar lo bueno que se pueda ser en algún oficio.
Sin embargo, en este medio en el que me desenvuelvo, un microverso a menudo tan pequeño que cuesta trabajo no conocer a sus moradores, pareciera que la tendencia es otra, justamente la contraria y, a pesar de que ninguna generalización es buena, pareciera que el común de autores pugnan por ejercer su derecho a decir la última palabra en lo tocante a las artes, que pretenden perpetuar el arquetipo del artista superior, ajeno a todo juicio o cuestionamiento, que el artista está muy por encima de el mecánico automotriz, del panadero, del contador o incluso de aquellos artistas con tendencias o técnicas diferentes. Muchos de ellos, quizá intentando legitimar sus carencias, pretenden hacer ver que un artista debe surgir por generación espontánea, por sobre todo tipo de convención institucional que no haría más que sofocar de alguna forma su creatividad. Falacias en las que no podría caer, por ejemplo, un cirujano o un ingeniero en sistemas, en donde los errores no sólo son evidentes, sino que tienen consecuencias. El arte es subjetivo, es algo que siempre se ha dicho, y al abrigo de esto cualquier cosa puede ser justificable. Cualquier discurso, sin importar su naturaleza, puede pasar por legítimo a vistas de un público que ha sido condicionado a ser sólo espectador, jamás partícipe directo de una obra.
A lo largo del mundo abundan las salas de exposición huérfanas de espectadores. El velo de la solemnidad se ha apoderado de los museos de tal forma que el grueso de la gente se excluye del goce artístico; la creación sin parámetros de acierto o error, sin lugar al cuestionamiento, sin un diálogo real entre la sociedad y el artista, han acabado por hacer ajeno aquello que, en principio, era una herramienta de comunicación masiva, que lo mismo servía para evidenciar y tocar conciencias, que para enaltecer al ser humano en el ámbito espiritual. Lejos quedaron los tiempos en que un creador podía ser juzgado por los resultados de su trabajo, que el oficio de artista obedecía a normas estrictas dictadas por el medio y que, la diferencia de tendencias y filosofias, radicaba en la maestría de la técnica y la profundidad de los temas. Aquellos días en que el arte era capaz de cambiar al mundo a golpe de pincel, de gubia o de cincel, una época en la que el cuestionamiento (a veces brutal) calaba fuerte en la conciencia de los creadores.
Es justo decir también que existe un grupo numeroso de autores que de forma digna y con toda la responsabilidád que el arte merece, hacen de su quehacer creativo un deleite, que gustan de la retroalimentación con la gente y que su responsabilidad para con el oficio es latente a primera vista. Buscan la interacción a partir no de las diferencias, sino de los puntos en común, aunque por ello deben lidiar a cada momento con los estigmas que han terminado por asentarse en el medio a lo largo de los años y más de uno ha descubierto que esto no suele ser una tarea sencilla.

El artista no nace, de la misma manera que no nace el cirujano, el panadero o el ebanista; se nace con la voluntad de hacer arte, se nace con la inquietúd de crear, se nace con la necesidad de hablar y ser escuchado. Lo demás dependerá, como en todas las áreas, de la determinación que se tenga de llegar a ser artista. De alguna manera todos los creadores somos autodidactas, nadie nos enseña a desarrollar aquello que suele llamarse un estilo, un lenguaje propio. Es decisión individual hasta dónde se quiera llegar en este submundo en el que jamás se deja de aprender. Se puede tomar todo cuanto se considere importante de las personas que estuvieron aquí antes que nosotros, ya sea al abrigo de una institución o por el fruto de la experiencia de los años. Esto no nos da más o menos valía, lo único que debería importar al final, y como en todas las demás profesiones, son los resultados, es la experiencia de cara al público espectador, es la valía que tenga una obra de arte para con aquella persona que pueda sentirse identificada con ella. No hay título o reconocimiento oficial que valga cuando al abrigo de una galería o un museo, la obra se encuentra con el silencio sepulcral de quien la admira intentando dilucidar discursos a menudo complicados o directamente ininteligibles. Es sólo entonces que el artista nace de verdad cuando a base de procesos largos de aprendizaje logra encontrar un discurso, una propuesta, un lenguaje que en verdad lo haga valer por aquello que presenta de cara al público, no por una voluntad de encontrarse identificado en un nicho inexpugnable de etiquetas arbitrarias. El arte es una ciencia exacta, un procedimiento a base de prueba y error, que lo mismo puede ser individual que colectivo, abierto a todo juicio sin importar la naturaleza del mismo, plural y en general sometido a una muy puntual auto critica. Sin todo esto, el nacer o hacerse artista no deja de ser tan sólo una acalorada discusión subjetiva para amenizar charlas de café entre colegas.


Soy pintor desde hace ya algunos lustros, un pintor que descubrió a muy temprana edad aquello para lo que era bueno y a lo que quería dedicar el resto de su vida, un pintor que no comprende mucho de mecánica automotriz, que se vio inmerso en la dificultad de comenzar su aprendizaje alejado de toda influencia pictórica, que experimentaba con todo cuanto tuviera a su alcance, que hubo de saciar sus ansias de aprender copiando a los que considera grandes maestros, devorando cuanta información podían conseguir sus limitados medios. Un pintor que ahora, luego de innumerables horas dedicadas por entero a la pintura, descubre para su sorpresa y beneplácito que no ha hecho más que comenzar su aprendizaje. Y aún a pesar de esto, a pesar de el incipiente comienzo de mi carrera, de las múltiples dificultades con las que me he encontrado, aún con todo jamás me atrevería a posarme a la vera de mi padre, tomarlo del hombro y decirle con el registro más serio que mi voz pudiera alcanzar, algo parecido a :“Padre... el artista nace, no se hace”.

Comentarios

  1. El artista ahi estaba, esperando un día brotar como la hierba silvestre que nadie planta sin embargo pese a toda circunstancia, surge y existe en su naturaleza, en sus condiciones y eso lo hace único, el artista refleja su alma, sus deseos, sus pensamientos , esa singularidad es la escencia de su belleza y una expresión de su existencia, por siempre artistica, por que esa es su visión y en ella su misión.

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